25.11.06

(fábula)


Érase una vez, en los albores del capitalismo y de la sociedad de la clase media, que surgió algo llamado el signo, el cual parecía sostener relaciones sin complicaciones con su referente. Este apogeo inicial del signo –el momento del lenguaje literal o referencial o de las afirmaciones del discurso científico– se dio debido a la corrosiva disolución de las formas antiguas del lenguaje mágico por una fuerza que llamaré reificación, una fuerza cuya lógica es una de la más cruel separación y disyunción, de la especialización y de la racionalización, de la división del trabajo de Taylor en todos los campos. Desafortunadamente, esa fuerza –que permitió la existencia de la referencia tradicional– continuó incesantemente, llegando a ser la lógica misma del capital. Sin embargo, este primer momento de la decodificación o del realismo no puede subsistir por un largo período; mediante una inversión dialéctica se vuelve él mismo el objeto de una fuerza corrosiva de reificación, el cual entra en el dominio del lenguaje para desligar al signo de su referente. Tal disyunción no abole completamente el referente, o el mundo objetivo o la realidad, la cual aún mantiene su débil existencia en el horizonte como una estrella consumida o una enana roja. Pero su gran distancia con el signo ahora le permite a esta última entrar en un momento de autonomía, de una existencia utópica que vuela libremente, por encima y en contra de su antiguos objetos. Esta autonomía de la cultura, esta semiautonomía del lenguaje, es el momento de la Modernidad y del dominio de la estética que redobla el mundo sin ser totalmente de él ganando, de esta manera, cierta fuerza crítica, pero también cierta futilidad de otro mundo. Pero la fuerza de reificación, que fue la responsable de este nuevo momento, no termina aquí: en un estado exacerbado, donde hay una invasión de la cantidad en la calidad, la reificación penetra el signo mismo y separa el significante del significado. Ahora la referencia y la realidad desaparecen por completo, e incluso el sentido –el significado– está problematizado. Se nos abandona a ese puro y azaroso juego de los significantes que llamamos posmodernidad, que ya no produce trabajos monumentales como los que se producían en la modernidad, sino que incesantemente baraja los fragmentos de los textos preexistentes, los ladrillos de una producción cultural y social antigua, en una nueva y realzada mezcla (bricolage): metalibros que canibalizan a otros libros, metatextos que recopilan pedazos de otros textos. Tal es la lógica de la posmodernidad en general.

(Fredric Jameson / Fragmento de El surrealismo sin el inconsciente)

4 Comentarios:

Blogger Sonia Marcus Gaia said...

¿así que ha chocado sus zapatitos rojos tres veces de vuelta a casa?

enhorabuena kostner.
saludos,
s.

27/11/06 4:01 p. m.  
Blogger Rodrigo Köstner said...

Compañerísima: padezco, en ocasiones, el síndrome Dorothy. Taconeo dos, tres (y hasta cuatro) veces en el rojo rubí, y creo estar en casa. Falso. Todo sigue siendo pisco sour chileno y expectativa.

Nos vemos en los bares.

(Yo sigo siendo aquel que ayer no más decía.)

28/11/06 7:35 a. m.  
Blogger cristóbal said...

por fin regresas rodrigo.

7/12/06 5:40 p. m.  
Blogger Rodrigo Köstner said...

Por aquí estoy, Cristóbal. A paso lento, como siempre. Pero por aquí estoy. Gracias por tu compañía. Saludos.

8/12/06 9:06 a. m.  

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