6.3.08

Polaroids



Viernes 8 de abril de 1994


Querido Kurt:

Estaba en Seattle el 4 de marzo de 1994, cuando oí la noticia: que estabas en Roma, que habías bebido demasiado champán, tomado demasiados sedantes, Rophynol... tenías la gripe. Lo que sea. Estabas en coma. Viví u na temporada en Italia en 1984 y recuerdo que las farmacias despachaban sedantes como si fueran pastillitas Pez. Así que la noticia parecía increíble.

Los representantes de la Compañía de David Geffen enviaban todo el rato la misma noticia a los teletipos... pendiente de información: "Kurt ha abierto los ojos; Kurt ha respondido a su nombre apretando la mano". Sin embargo, en Seattle nadie creía que supiera de verdad nada. O sea está en coma o no está en coma.

Los rumores y las medias verdades recorrían la ciudad. Al final, siempre era lo mismo: "No, Kurt sigue todavía en coma... creemos". Reuters admitió que las informaciones anteriores según las cuales habías salido del coma eran incorrectas.

La repuesta refleja de cualquiera era hacer un chiste con todo, pero al final no podíamos. Dentro de nosotros hay discos de 33 y hacer un chiste sobre ti habría sido rayar con la aguja ese disco: la ironía quedó desterrada. En vez de eso, bromeamos sobre la discográficas, las ambulancias italianas y la comida de los hospitales, pero nunca sobre ti. La emisora de radio ponía una y otra vez tus canciones, siempre acompañadas de la misma noticia:no hay novedad.

A eso de las tres tuve que ir desde el centro hasta Kent por la interestatal 5, pasando frente al King Dome, donde una vez acudí a ver a Paul McCartney y los Wings allá en los setenta. Y justo entonces en la radio sonó tu canción "Dumb", y vi un grupo de cerezos a los que la primavera anticipada había hecho florecer, y empecé a llorar.

Llevaba semanas lloviendo en Seattle.

El día en que saliste del coma fue el primer día en que el cielo consideró la posibilidad de despejarse. Fue uno de esos días que no acababan de decidirse. Los nubarrones se cernían sobre la bahía de Elliot y el lago Washington, aunque también hizo sol -o una especie de sol- sobre los terrenos de la Boening y, al sur, hacia Tacoma. El cielo de Seattle se convirtió ese día en el corazón de la ciudad; fue como si el cielo intentara si brillaba u olvidaba.

En Kent, pasé por delante de un proyecto hotelero que había fracasado; la cubierta de cartón alquitranado de los muros se había deshecho como los vendajes de una momia y se agitaba el viento, como un hotel vendado; no tenía ventanas. En medio de un campo arado vi un redondero en flor. Rosa.

La radio seguía sin dar noticia. A lo largo de la interestatal 5 los madroños se agitaban al viento, y los envases de las hojas -los lados que acumulan oxígeno- lucían un color salvia contra el fondo del terraplén de la autopista. Y recordé ser más joven y visitar Seattle procedente de Vancouver; mi recuerdo más intenso de esa ciudad era el de una autopista a medio acabar que no levaba a ninguna parte.

Y me puse a pensar en algunos de los campos que acaba de ver, que empezaban a reverdecer, y en cómo esos campos me recordaban los miedos que albergaba cuando era más joven: miedos de que la naturaleza decidiera una año no despertarse. De que la naturaleza abriera los ojos, volviera a dormirse y no regresara nunca.

Fui hasta el distrito universitario en donde los estudiantes estaban como atontados. El dependiente de la tienda de discos no sabía nada. Empecé a ver por todas partes símbolos que encajaban con la situación:vi a una joven con un vestido de flores y botas militares de pie en una esquina sacando polaroids de nada; en Denny Way vi a uno de esos mensajeros que van en bicicleta empujando la suya a su lado; al volver al hotel perdí por un agujero del bolsillo nas gafas de nueve dólares, unas gafas que siempre me habían gustado porque a través de ellas el cielo se ve más azul de lo que es.

En KIRO-TV, el noticiario de la seis y media mostró la ambulancia que te llevaba al Hospital Americano.

Italia.

Tú, el hijo de aquí, de lo nuevo, perdido en las más antiguas de las ciudades. Parecía cruel.

Por la noche seguimos sin tener noticias de verdad. Aunque al menos parecía que habías salido del coma. Y entonces surgió un nuevo miedo, un miedo tan espantoso que no podíamos hablar de él directamente, como si las palabras pudieran darle vida: el miedo de que salieras del coma... clínicamente muerto. De modo que mis amigos y yo hablamos del tiempo. Intentamos establecer si, en realidad, el día había sido soleado o lluvioso. La cosa estaba tan poco clara que nadie pudo afirmar nada seguro. La noche había caído antes de que se llegara a algo concluyente, antes de que estuviéramos del todo convencidos de que el sol había ganado.

Al parecer, al día siguiente estabas bien. En el hospital pediste un batido de fresa cuando te despertaste. No estabas clínicamente muerto. O eso parecía. Y el mundo siguió girando.

Aunque también recuerdo darme cuenta de que nunca vi una foto tuya después de esa fecha; ni siquiera una imagen al dejar Europa, dejando el pasado; o una imagen haciendo a la prensa el signo de la paz. Y entonces ayer oí que Nirvana había abandonado la gira Lollapalooza Tour. E imaginé que pasaba algo.

Y ahora estás muerto.

Me encontraba en San Francisco, subiendo por la 101, pasando el parque Candlestick, cuando oí la noticia por la radio, LIVE 105; la noticia de que te habías pegado un tiro. Unos instantes más tarde estaba en la ciudad, paré el coche e intenté averiguar mis sentimientos. Nunca te pedí que me causaras preocupación, pero es lo que ha sucedido -a pesar de la publicidad, a pesar de todo-, y ahora estás en mi imaginación para siempre.

E imagino que también estás en el cielo. Sin embargo, ¿en qué medida te ayuda exactamente ahora saber que también tú, como se cuenta, fuiste también adorado?

Douglas Coupland

2 Comentarios:

Blogger raquelzur said...

me desespere un poco leyendo...

"unas gafas que siempre me habían gustado porque a través de ellas el cielo se ve más azul de lo que es".

a traves de las mias, mis ojos pueden ver al hombre que amo, y me sirven para ocultarle los reflejos, sentimientos y tantas cosas mas que mi corazon delata en ellos por el. porque no olvido a ese hombre, y mi vida, al igual esta en coma tambien.

saludos para usted rodrigo.

6/3/08 12:53 p. m.  
Blogger Rodrigo Köstner said...

La desesperación es una trampa. Una arcada extra en beneficio del sepulturero. Mejor las gafas. A veces se necesita aparentar estar bien.

Saludos para usted, R.

7/3/08 1:25 a. m.  

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