29.11.05

Putita

Llevo horas mirándome las manos. Las uñas, mal recortadas, guardan aún pequeños grumos oscuros que me abstengo de limpiar. En las cutículas quedan huellas de sustancias exploradas, endurecimentos de pequeñas carnosidades que froto delicadamente, una y otra vez, con la intención de que no se desprendan de su lugar. Los dedos han permanecido obstinadamente pegajosos. Los huelo. Y los paso sin prisa a lo largo de mis labios secos y estriados. Los pongo suavemente en contacto con la punta de la lengua. Un pequeño toque nada más. Lo suficiente como para retener el arrebato de un sabor sutil: un trozo de alga fresca sobre el asfalto. Puestos al oído, producen un sonido gomoso, casi imperceptible, como cuando en el silencio se descose lentamente un pedazo de tela desgastada o chapotea por descuido una alimaña en medio del lodazal.
Ella estará durmiendo ahora la rutina miserable de su vida conyugal. Pero mañana, al despertar sola de nuevo en una casa traicionada, el derrumbe de un hormiguero en la parte baja de su vientre la hará pensar otra vez en mí. Descolgará el teléfono y me llamará. "¿Vamos nuevamente al cine?", me preguntará con una ansiedad mal disimulada. "A la primera tanda", le digo yo. "A la misma película", añado. "A esa hora nadie va".

Mírenme

Éste soy yo. ¡Qué gordo y fresco estoy! Mírenme. Un emblemático macharrán de matrullas cuyo seso es sexo. Garañón de putero formado a fuego desde las primerísimas puñetas. Dulce cortesano en el poderoso imperio de la carne. Un portento de pasarela.
Mírenme. Flor de pinga. Hijo siempre pródigo de la leche derramada. ¡Tropicalísimo Zoon Fornikon!
Proceda, ahora, el sopón de gallina.

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