Donoso, poeta
En una de las librerías de segunda mano de la comuna de Providencia, en Santiago, se me disparó desde el estante como una rareza que exigía mi atención. Poemas de un novelista se titula y, por tapa, tiene una foto en blanco y negro en que aparece él (o más bien su silueta), tomado de la mano de un niño, de espalda a una vieja edificación europea construida en piedra viva en medio de una calle, al parecer, estrecha y desolada. Es un poemario de José Donoso. El único, hasta donde sé (habría que ver entre los papeles que vendió a la U. de Iowa); y recoge textos escritos desde 1952 hasta 1979. Lejos de la esquizofrenia escritural de algunas de sus novelas, en este librillo acontece un apalabramiento transparente y controlado, una escritura directa y ¿políticamente correcta? Habría que ver, repito. Paso uno de los poemas para la exigua concurrencia que aún respira por estos páramos. Y salú, pues.
Mi mano
Y en suma
es esto:
Belleza no,
desde luego.
Y sin embargo cierta modestia
elocuente en su mesura.
Está aquí, diariamente.
¿Tejedora? ¿Ingeniera?
¿Yo la construí a ella
o ella a mí?
Sí, diariamente no me queda
otra alternativa
que aceptar que me enseñe.
Toco gente con ella.
Ella me toca, me trae noticias
de cuanto transita alrededor
de este lejano límite mío
que en buenas cuentas
soy yo.
Caliente cuando aprieta.
Y al estirarla,
la palma dibuja líneas sanas, fervientes.
Los nudillos duelen cuando va a llover
(la edad, dicen...)
Y tiembla con la exaltación
cada vez más flamante
cuando alguien hace trepar como enredadera
los tentáculos de mi fantasía.