29.11.06

Donoso, poeta

En una de las librerías de segunda mano de la comuna de Providencia, en Santiago, se me disparó desde el estante como una rareza que exigía mi atención. Poemas de un novelista se titula y, por tapa, tiene una foto en blanco y negro en que aparece él (o más bien su silueta), tomado de la mano de un niño, de espalda a una vieja edificación europea construida en piedra viva en medio de una calle, al parecer, estrecha y desolada. Es un poemario de José Donoso. El único, hasta donde sé (habría que ver entre los papeles que vendió a la U. de Iowa); y recoge textos escritos desde 1952 hasta 1979. Lejos de la esquizofrenia escritural de algunas de sus novelas, en este librillo acontece un apalabramiento transparente y controlado, una escritura directa y ¿políticamente correcta? Habría que ver, repito. Paso uno de los poemas para la exigua concurrencia que aún respira por estos páramos. Y salú, pues.


Mi mano

Y en suma
es esto:

Belleza no,
desde luego.
Y sin embargo cierta modestia
elocuente en su mesura.
Está aquí, diariamente.
¿Tejedora? ¿Ingeniera?
¿Yo la construí a ella
o ella a mí?


Sí, diariamente no me queda
otra alternativa
que aceptar que me enseñe.
Toco gente con ella.
Ella me toca, me trae noticias
de cuanto transita alrededor
de este lejano límite mío
que en buenas cuentas
soy yo.


Caliente cuando aprieta.
Y al estirarla,
la palma dibuja líneas sanas, fervientes.
Los nudillos duelen cuando va a llover
(la edad, dicen...)
Y tiembla con la exaltación
cada vez más flamante
cuando alguien hace trepar como enredadera
los tentáculos de mi fantasía.

25.11.06

(fábula)


Érase una vez, en los albores del capitalismo y de la sociedad de la clase media, que surgió algo llamado el signo, el cual parecía sostener relaciones sin complicaciones con su referente. Este apogeo inicial del signo –el momento del lenguaje literal o referencial o de las afirmaciones del discurso científico– se dio debido a la corrosiva disolución de las formas antiguas del lenguaje mágico por una fuerza que llamaré reificación, una fuerza cuya lógica es una de la más cruel separación y disyunción, de la especialización y de la racionalización, de la división del trabajo de Taylor en todos los campos. Desafortunadamente, esa fuerza –que permitió la existencia de la referencia tradicional– continuó incesantemente, llegando a ser la lógica misma del capital. Sin embargo, este primer momento de la decodificación o del realismo no puede subsistir por un largo período; mediante una inversión dialéctica se vuelve él mismo el objeto de una fuerza corrosiva de reificación, el cual entra en el dominio del lenguaje para desligar al signo de su referente. Tal disyunción no abole completamente el referente, o el mundo objetivo o la realidad, la cual aún mantiene su débil existencia en el horizonte como una estrella consumida o una enana roja. Pero su gran distancia con el signo ahora le permite a esta última entrar en un momento de autonomía, de una existencia utópica que vuela libremente, por encima y en contra de su antiguos objetos. Esta autonomía de la cultura, esta semiautonomía del lenguaje, es el momento de la Modernidad y del dominio de la estética que redobla el mundo sin ser totalmente de él ganando, de esta manera, cierta fuerza crítica, pero también cierta futilidad de otro mundo. Pero la fuerza de reificación, que fue la responsable de este nuevo momento, no termina aquí: en un estado exacerbado, donde hay una invasión de la cantidad en la calidad, la reificación penetra el signo mismo y separa el significante del significado. Ahora la referencia y la realidad desaparecen por completo, e incluso el sentido –el significado– está problematizado. Se nos abandona a ese puro y azaroso juego de los significantes que llamamos posmodernidad, que ya no produce trabajos monumentales como los que se producían en la modernidad, sino que incesantemente baraja los fragmentos de los textos preexistentes, los ladrillos de una producción cultural y social antigua, en una nueva y realzada mezcla (bricolage): metalibros que canibalizan a otros libros, metatextos que recopilan pedazos de otros textos. Tal es la lógica de la posmodernidad en general.

(Fredric Jameson / Fragmento de El surrealismo sin el inconsciente)

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